
El pez no se conformó nunca con nadar. Siempre había visto a las aves volando por encima de la superficie del agua y se quedaba mirándolas con sus diminutos ojos esféricos y brillantes. Un día, el pez no aguantó más. Nadó con todas sus fuerzas en dirección al cielo, cruzó la delgada línea que separaba el océano de su sueño y extendió sus aletas.
El pez planeó sobre la superficie espumosa de las olas tan sólo unos segundos, pero todo su esfuerzo había merecido la pena. Había cumplido su sueño: volar.
El pez planeó sobre la superficie espumosa de las olas tan sólo unos segundos, pero todo su esfuerzo había merecido la pena. Había cumplido su sueño: volar.
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